Entonces, estaba visitando a mis abuelos en un fin de semana. Viví en Paris durante los tres últimos años, lo que me permitió verlos tanto como quería. Era el invierno, un poco antes de las vacaciones de Navidad. Debíamos cenar en la casa del primo de mi abuela, Gilles, quien vive cinco kilómetros fuera de ella. Me encanta encontrarlo, pues que siempre nos cuenta historias de pesca que le sucedieron. Él tiene estanques para criar pez, lo cual se vende para poblar otros sitios de la región. Nos instalamos en el salón para aprovechar de copas de Champagne con su esposa. Gilles se ausentó un rato en la cocina, y volvió las manos cargadas de carne picada y de una rueda de Brie (el tradicional queso cremoso de Francia). No era posible que destinara esas provisiones a nuestro aperitivo. No esperamos mucho para entender la situación. En efecto, mientras que miramos por la ventana el negro profundo de la noche, aparecieron dos puntos dorados y se dibujó una silueta con cuatro patas, cuyo el pelo tenía reflejos naranja. Gilles abrió la puerta para invitar el recién llegado a entrar, y así encontramos su nueva vecina: una zorra, bautizada “Foxy” por su esposa (quien es de los Estados Unidos). No podía creer que un animal tan salvaje como un zorro se fiera de nosotros. Sin embargo, pasando su cabeza por la puerta y sus dos patas delanteras, Foxy tomó cuidadamente la carne en la mano de Gilles e hizo una vuelta en el jardín para almacenar la comida. Cuando la zorra decidió de venir otra vez para recoger queso, intenté darle en mi mano. Foxy me miró con mucha vigilancia, y ¡en un abrir y cerrar de ojos, cojo su presa, dejándome un poco de saliva en el hueco de la mano! Desapareció algunas minutas después, la boca cargada. Todavía me quedaba muy sorprendida por esa visita rara. Al final, Gilles nos explicó que la zorra vivía en el bosque al lado de su casa, que había parido una camada algunos meses antes y que la había encontrado en su jardín durante el verano. Ayudándola con la búsqueda de comida para sus niños, Foxy se había acostumbrada a recoger carne y queso allí (Gilles descubrió que el Brie era su golosina preferida), visitándoles todos los días.
Hoy, Foxy ha desaparecido, desde hace cuatro meses. Se había mudado en el montículo de leña situado en el jardín de Gilles, teniendo mucha confianza en él. Si tenía miedo de los gatos que viven en el granero, conseguía vivir cerca de los humanos, sin dejarse domesticada. Se puede que sea muerta ahora, pero prefiero pensar que se haya ido definitivamente en otro campo…
Amélie